viernes, 8 de abril de 2016

Típico: "con vergüenza ni se come ni se almuerza".

Me encantan las cosas que suceden por casualidad, de una forma inesperada, así sin más, algo que no te imaginas que pueda ocurrir.  
Un día normal, de repente en clase, nuestra profesora Pilar dijo que íbamos a bailar. Mi pensamiento fue tan repentino: "uff bailar", "aquí, ahora, delante de todos". "Yo, con lo tímida que soy, hacer eso... no no que va, quita quita. "
Pero no sé que me ocurrió, que de la nada cogí a mi amiga Celia para disponernos a bailar aunque no saliéramos al centro, pero me sentí contenta, activa y enérgica. (Puede ser que ella fuera la que me dio fuerzas y valentía para hacerlo) 
Más tarde, comenzamos a salir al centro y dejarnos llevar, bailando, de la mano, unidas, trotando como niñas, saltando, riendo, desconectando de todo aquello negativo que nos había pasado en esa semana. Tras el baile de la mayoría de alumnos estilo conga, el pasillo que hicimos y lo bien que lo pasamos, era hora de calmarnos y volver a centrarnos.
Cuando llegué a mi casa lo primero que hice fue contárselo a mis padres, porque me sentía tan contenta que mi cara desprendía absoluta felicidad y decidí a escribir en mi cuaderno de campo todo aquello que me hizo pensar y reflexionar en esos momentos y fue lo siguiente:
``¡Qué dices! Yo no hago eso, que vergüenza…´´ Cuántas cosas hemos dejado de hacer por esa compañera inmanente a muchas personas. Porque lo cierto es que sin-vergüenzas hay muchos menos de los que se cree. Y es que la vergüenza muchas veces se puede convertir en un auténtico calvario si no se supera: desde dejar de bailar y pasártelo bien hasta dejar de salir con tus amigos. Y es que no podemos dejar que nos venza esta mala compañera de viaje. Hay que saber dejar fuera de nuestra vida las compañías que no nos convienen, y la vergüenza sólo sirve para entorpecer nuestro camino.  

Hay miles de técnicas para superar la vergüenza, y entre ellas la de bailar en público, superar esos obstáculos, ir subiendo escalones poco a poco y acabar quitándonos ese lastre que se puede convertir en la cruz de nuestros días. Hay que superar esa barrera y así se disfrutará de momentos increíbles, irrepetibles, se conocerá a gente y, sobre todo, disfrutaremos. No hay nada que merezcamos que no se sonría.

Quería agradecer a Pilar por ese pequeño momento de desfogue, desconexión, echar valor a nuestra vergüenza y poder superarla.

Y por último, quería compartir una fotografía que plasma lo felices que podemos  llegar a hacer a las personas si nos quitamos ese miedo escénico, nos dejamos llevar, bailar, o cualquier gesto cariñoso y afectivo.





(Mi familia, en especial mi tía y mi mejor amigo, haciendo una sorpresa a mi abuelo por su cumpleaños en Navidad, bailando a todos sus compañeros del centro de día)
He de decir que fue una alegría poder ver la cara de felicidad e ilusión que transmitían aquellos señores y señoras mayores y cómo se acercaban a hablar con nosotros. Esos momentos tan especiales son los que una no puede dejar de tener en la cabeza.

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